jueves, 1 de agosto de 2013

Gracias por el tiempo


El tiempo. El bendito, el inasible. El que teníamos, el que se fué, el que está siendo.
El tema fué el tiempo, casi todo el tiempo.
En la charla, en las sensaciones, en la estela que quedó en el aire.
Se coló cuando rozaron las muchas incertidumbres y las poquitas certezas, les dejó a su paso un nudo en la garganta al despedirse, junto con un perdurable gusto a confianza ganada como tierra al mar.
No sabían cuándo volverían a verse. Podrían haberse protegido. Se hubieran perdido esa alegría que se reproducía cada vez que se encontraban.
Pero aprovecharon ese tiempo. Sin reclamos.
Se dieron tiempo, el que hay, el que se puede. Y hablaron del tiempo.
No del clima, no de esa forma del tiempo.
Hablaron, taza de café por medio, como en los viejos tiempos, de la percepción tan vívida, tan sentida en la piel, los huesos, y el alma, del paso del tiempo. En ellas, en los que aman, en esos que alguna vez fueron más jóvenes, en esos que alguna vez fueron.
Del tiempo que está siendo, de los hijos que crecen, de los inciertos tiempos que vienen.
Del tiempo, éste, el que no es eterno y pide presencia despierta, atención, y aprender a desenmarañarse de la preocupación constante por el futuro,  para poder disfrutar el regalo del presente.

Por un rato detuvieron el tiempo, el de los quehaceres, el de las distancias, el de las agendas y los relojes, y fué como si no hubiera pasado el tiempo.
Ese tiempo en el que se juntaban a estudiar y charlaban de la vida mucho más de lo que estudiaban. Ese tiempo de tardes eternas y rondas interminables de café con leche, viendo cambiar la luz por la ventana, filosofando sobre la vida, los hombres y los vericuetos del alma.

A la vez , supieron que el tiempo si había pasado, y que en ese paso habían crecido todavía más las raíces, el tronco y las hojas de esa amistad, que como un árbol robusto y flexible, atravesaba las barreras de lugar y tiempo, con ese cariño entrañable, y para siempre.




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