martes, 19 de febrero de 2013

Eterno anhelo de integración













 ¨Quisiera ser amo y sirviente al mismo tiempo, poder mezclarlos....¨

Y que la mezcla sea cada vez más armónica, menos ¨grumosa¨, más equilibrada. Ser grande y responsable pero poder también andar liviana, y jugar, y no ¨preocuparme¨ prematuramente por ¨el orden¨o por saber ¨lo que vendrá¨.

Siempre a esta altura del año, cuando empiezo a organizar la agenda, si está muy llena porque está muy llena, y si quedan huecos, oh, esos huecos!  (La neurosis avanza, implacable).
Me cuesta aguantar tranquila que todavía esté ¨desordenada¨ e incierta, despeinada, como diría Mairal, y con todas las monedas volcadas, sin poder todavía encontrar cada una su lugar. Y a la vez, me gusta no tener todo ya tan ¨planeado¨ y que haya espacio para lo sorprendentemente nuevo, para ¨ir viendo¨, para que la vida ¨vaya siendo¨.
La gata flora.
Y entonces encuentro este texto de Mairal que copio abajo, y me quedo pensando en esto de la añorada mezcla y simultaneidad, entre sirviente y amo, niña y mujer, juego y trabajo, joggineta y ropa planchada. Y pienso qué delicia sería en este fin de febrero poder leer una novela, relajadamente, sabiendo que tarde o temprano las cosas se ordenarán, los huecos se cubrirán, y los tiempos que necesite libres, libres quedarán. Que exquisitez poder andar en pantuflas, sabiendo que cada moneda irá volviendo al frasco a su tiempo y en su forma.
Amo y sirviente, amigos.

Disfruten a Mairal, que lo dice mejor que yo.

El amo y el sirviente

por Pedro Mairal

A la mañana me siento en el living y apoyo la taza de café al lado de la taza sucia de ayer. Y de pronto me veo repetido, desfasado, facetado en fotogramas, el fantasma del que fui cada día de la semana apoyando la taza el lunes, apoyando la taza el martes, y el miércoles, etc. Es decir todos mis etcéteras como una serpiente que me sigue, un multiplicado reflejo de ascensor, una coreografía de mí mismo, mi estela semanal.

No logro equilibrarme en la soledad de mi casa: o soy el amo o soy el sirviente. Cuando soy el amo voy ensuciando platos, cubiertos, vasos, y ahí quedan, y la ropa se apila en la silla, y los papeles van formando una parva, los libros que fui hojeando estos días para preparar clases llegan hasta la cocina, los cables de los distintos adaptadores y cargadores se van haciendo un nudo negro... Qué lindo ser el amo, qué gran displicencia indigna, ser un déspota caprichoso que va barajando el orden y despeina la casa y vuelca el frasco de monedas en la mesa para sacar un clip de papel y así lo deja.

Cuando soy el sirviente voy levantando el caos del señorito. Repaso su semana, la voy como leyendo, acá su vaso de vitamina C dominical, acá su clase de Saer del jueves, acá el bol de cereales del miércoles del hijo, acá las cuentas impagas, acá el recibo que buscó durante días. El sirviente es mucho más sabio que el amo, más digno, más alto y despejado. Nada de jogging, ni pijama, ni crocs impresentables. El sirviente es un mayordomo inglés que respeta hasta el orden alfabético de la biblioteca y guarda en carpetas las facturas, y dobla la ropa del hijo con amor. Qué lindo cuando finalmente logro ser el sirviente y la casa queda planchada, espaciosa, nueva.

Por qué me costará tanto invocarlo más seguido, y tenerlo más cerca para aplacar el aluvión del amo. Quisiera ser amo y sirviente al mismo tiempo, poder mezclarlos, volverlos simultáneos hasta que no se sepa quién hace qué, hasta que el amo le traiga un té al sirviente que estaba cansado y leyendo una novela.

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